Entre los elegibles al Salón de la Fama del Beisbol Venezolano despunta alguien causante de una colisión frontal entre merecimientos deportivos y consideraciones éticas, disyuntiva ocasional en estas sociedades honoríficas y que obliga a reflexionar a los electores responsables de entronizar a sus miembros. El personaje se llama Ugueth Urbina, primer cerrador consagrado entre los grandeligas criollos y también expresidiario por homicidio frustrado.
¿Merece Urbina un voto para engrosar el panteón de las deidades venezolanas de la pelota? ¿Es moralmente reprensible el solo hecho de plantearlo?
Si nos atuviéramos estrictamente a su balance como pelotero, Urbina debería ser proclamado inmortal. Antes de su llegada, ningún venezolano había brillado como finalizador en las mayores. Por años, el nativo con más rescates durante una campaña del Big Show fue Luis Mercedes Sánchez con sus once de la zafra 1984. Urbina corrió esa cerca con 27 auxilios en 1997. Dos campañas después, preservó 41 victorias. Nunca antes un nacido aquí había traspuesto la línea de los 40 salvamentos. Se volvió un precursor.
Terminó su carrera con 237 acciones de socorro, cantidad que, casi dos décadas después de su salida de MLB, sigue siendo la segunda entre las acumuladas por un compatriota suyo bajo la Gran Carpa. Su efectividad ajustada fue de 128, cuando la media es 100, y su tasa de 10,5 ponches por cada nueve innings en once certámenes habla a las claras sobre su pericia sobre la loma. Por eso lo citaron a dos Juegos de Estrellas y fue el primero de aquí en alzarse como campeón salvador, cuando encabezó la Liga Nacional con aquellos 41 del 99. Entre los taponeros de su patria, Urbina marcó un antes y un después.
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Urbina rescató a muchos, pero no pudo salvarse de sí mismo. Según los reportes policiales, el 15 de octubre de 2005 el pitcher derecho de los Leones del Caracas entró a una finca de su propiedad en los Valles del Tuy y, con la ayuda de algunos colaboradores, golpeó y quemó a cinco trabajadores del fundo, quienes debieron lanzarse a una piscina para evitar morir chamuscados. Urbina fue detenido, procesado y condenado a 14 años y cuatro meses de presidio por homicidio y agavillamiento, de los cuales cumplió casi ocho.
¿Quién debe pesar más en la balanza del Salón de la Fama del Beisbol Venezolano: el ídolo sobre el montículo o el Torquemada de la hacienda? A juzgar por los resultados del escrutinio más reciente, la inmensa mayoría de los sufragantes le carga la mano al exconvicto: solo cinco cronistas lo incluyeron en su planilla.
En Venezuela, las condenas judiciales no pueden exceder los treinta años de encierro. Normalmente, las sentencias de los tribunales tienen límite de tiempo, a partir del cual el reo deja de tener deudas con la sociedad ¿Qué pasa con los juicios morales? ¿Cuáles faltas merecen sanción a perpetuidad? ¿Cuándo se considera que el culpable pagó sus culpas? ¿O no las termina de pagar jamás? Ante la justicia, Urbina purgó su sentencia y ya es un hombre libre ¿Cuándo lo será para la opinión pública? Desde hace mucho, estos temas revolotean sobre la mente de este columnista, justamente a propósito del caso Urbina y su comparecencia ante el juzgado del Salón de la Fama, que aún no lo absuelve.
Quien suscribe estas líneas publicó, hace mucho, un texto de opinión en el cual, movido por la convicción de que el reo tiene derecho a redimirse, afirmaba que si Urbina cumplía el castigo que le impuso la judicatura era perfectamente elegible para el Salón de la Fama. Con el tiempo han surgido dudas y, de momento, Urbina ha quedado al margen de este tarjetón ¿Correcto? ¿Incorrecto? ¿Justo? ¿Injusto? Hablando en la odiosa primera persona del singular, creo que necesito más tiempo para tomar una decisión.