De qué se perderá el beisbol con el retiro de Miguel Cabrera

Carlos Valmore Rodríguez
Carlos Valmore Rodríguez
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Miguel Cabrera puede retirarse sin frustres porque dejó muy pocas metas incumplidas tras casi un cuarto de siglo como jugador profesional. Los amantes del beisbol extrañarán a quien jugó pelota con virtuosismo.

Cabrera se jubilará como uno de los mejores bateadores derechos de todos los tiempos y con méritos de sobra para entrar al Salón de la Fama en cuanto aparezca en las boletas. Le multiplicó al juego los 1,8 millones de dólares que los Marlins de Florida le depositaron por su firma a los 16 años de edad.

Hay particularidades del artillero venezolano que los apasionados a este deporte echarán de menos. Uno de ellos, su swing. En el cénit de su estrellato, un grupo de especialistas dedicados a explicar científicamente el éxito de los súper atletas analizaron al slugger de los Tigres de Detroit. “Todo es mecánica”, explicaba Miguel Cabrera, mientras aparecían en pantalla múltiples indicadores de cómo el criollo daba clases de física.

Su método de tirarle a la pelota potenciaba al máximo su potencia natural. La suya nunca fue fuerza bruta, y de eso se enorgullecía. Siempre se sintió más un hiteador que un jonronero y a las pruebas nos remitimos: se jubilará con .307 de promedio vitalicio. Claro, también con más de 500 cuadrangulares.

La exquisitez de su mecánica se manifestó en otro de sus rasgos distintivos: golpear la pelota, con fuerza, hacia el rightfield. Difícilmente encontrará usted, entre sus compañeros de generación, alguien capaz de mandar la esférica lejos por la banda opuesta. 145 de sus 511 vuelacercas cayeron en esa zona.

Ese don lo cultivó Miguel Cabrera desde temprana edad. Al scout Miguel Ángel García, que lo vio por primera vez jugando para los Tigres de Aragua en el Programa de Desarrollo de la Liga Venezolana de Beisbol Profesional (la liga paralela, para que nos entendamos) le sorprendió, de entrada, la forma como el adolescente maracayero practicaba su swing. “Siendo diestro empezó a batear del medio a la derecha y eso no es normal a esa edad. A veces hay que recordárselo a los profesionales. Y él lo hacía a los 14”.

“No solo era que bateaba hacia la derecha. Es que lo hacía con la fuerza de un slugger zurdo”, agrega el cazatalentos Rolando Petit. Según Enrique Brito, otro explorador, la presencia de aquel chico “paraba las prácticas a los 13 años de edad”.

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Inteligencia de Miguel Cabrera

¿Saben qué se extrañará de Miguel Cabrera? Su inteligencia aplicada al beisbol, su absoluta concentración, el uso de todos sus sentidos al servicio de su equipo ¿A cuántos peloteros de Grandes Ligas ha visto usted percatarse de que el home estaba descuadrado? Solo a Cabrera, al menos que uno recuerde.

Una cosa es tener destreza para jugar pelota y otra, muy distinta, saberla jugar. Lo primero saltaba a la vista desde la infancia. Lo segundo solo podían percibirlo los catadores del deporte.

Germán Robles, descubridor de Cabrera, no olvida lo que pasó un día en el estadio Esteban Kinsler de Cagua, a menos de veinte kilómetros de Maracay.

“Él tenía 14 años de edad y jugaba para la escuela de su tío, David Torres. Estaba cubriendo como shortstop y el equipo contrario tenía hombres en primera y segunda con dos outs. Dieron una línea entre center-left y el corredor que estaba en primera tuvo que frenarse para no alcanzar al otro. Miguel cortó el tiro y en vez de irse por home disparó a tercera. Le dijo al árbitro: ‘ompayita, out aquí y la carrera no entra porque no había llegado’. Es muy difícil encontrar una visión de juego así en alguien tan joven. Me hizo recordar a Omar Vizquel”. Sí, el mismo Omar Vizquel al que Cabrera superó como el criollo con más hits en las mayores.

“Todavía me sorprende cómo juega con la mente de los lanzadores de Grandes Ligas”, coincide Miguel Ángel García. “A veces él le hace creer al pitcher que no puede con determinado lanzamiento para que se lo vuelva a tirar y ahí castigarlo. Es un don inusual. Pasó una vez con Danny Salazar, de los Indios de Cleveland. Le hizo ver que estaba atrás en el swing con la recta para que se la repitiera. Y cuando se la repitió, se la botó”.

Un gran estudiante

Rodolfo Hernández, expelotero profesional y reconocido instructor, recuerda cuando buscó a Miguel Cabrera en el liceo Andrés Bello de Maracay, donde Miguel cursaba bachillerato, para llevarlo a la escuela de pelota que los Mellizos de Minnesota fundaron en Bejuma, Carabobo. “Hablamos con el director del plantel y nos dijo: ‘pueden llevárselo, porque con las notas que tiene ya aseguró aprobar el año’. Miguel es muy inteligente”, enfatiza Hernández.

“Había un premio creado por la Gobernación de Aragua al estudiante óptimo y Miguel Cabrera se lo ganó”, interviene Enrique Brito, otro scout que lo rastreó desde muy joven. “Fue seleccionado para ir a Atlanta con gente de la Asociación Mundial de Boxeo a ver una pelea de Evander Holyfield”.

Esa inteligencia de Miguel Cabrera hizo que sus padres desearan mandarlo a la universidad. “Queríamos que estudiara ingeniería petrolera, porque iba a tener bastante oferta laboral”, contó una vez su padre. El destino le deparó otra cosa. El bate fue su balancín. El diamante, su yacimiento. Las líneas de cal, su oleoducto.

En una época marcada por la vanidad y el narcisismo, a Miguel Cabrera le da alergia hablar de sí mismo. Montones de veces tuvo desempeños memorables que él zanjaba con un “eso no importa, perdimos”. Cabrera, una individualidad resplandeciente, fue siempre un hombre de equipo, además de buen compañero. De esa dan fe varios peloteros venezolanos que compartieron un clubhouse con él. Eso también se extrañará de Miguel Cabrera.

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