Con la decisión de abandonar a su equipo en plena final, y perdiendo la serie con los Leones del Caracas, Ronald Acuña Jr. está concediendo el triunfo a quienes lo hostilizaron y castigando a los Tiburones de La Guaira, a sus compañeros y a sus fanáticos, quienes no han hecho sino auparlo y para nada merecen ese desplante.
Ojalá haya reconsiderado su decisión y podamos seguir viendo, algunos días más, a uno de los peloteros más vistosos de las Grandes Ligas.
La Guaira sería el perjudicado en la decisión de Acuña Jr.
Vamos a tratar de mirar las cosas con los prismáticos del jardinero de los Bravos de Atlanta. Es legítima su indignación si percibió que agredían a gente de sus afectos. También es normal alarmarse al ver a su familia involucrada en una reyerta, aunque, por ventura, no haya pasado de un conato. Es comprensible que Acuña se restee con su clan y quiera dar testimonio de lealtad.
Más no a costa de su equipo, cuando más lo necesita. No es La Guaira el ofensor. Ni sus fanáticos, los agraviantes, ni sus compañeros, los agresores.
Esos exaltados que lo insultaron deben sentir en este momento la satisfacción del deber cumplido. Cumplieron su tarea: sacar del juego al mejor pelotero rival. Y lo sacaron en sentido literal. Ahora La Guaira saldrá al tercer juego perdiendo la final 2-0 y sin el elemento más desequilibrante de la serie. Acuña debería tomar eso en consideración. Le está permitiendo a sus detractores más extremistas salirse con la suya ¿Les va a dar el gusto?
Acuña ha reiterado el deseo de venir a jugar delante del público de su país ¿Va a pagar el pato la vasta mayoría extasiada por verlo con sus propios ojos? Algunas personas llevaban años sin ir al estadio y decidieron regresar solo por la ilusión de admirar de cerca a una estrella venezolana de las Grandes Ligas. Ellos no insultaron. Ellos no ofendieron ¿Les va a dar la espalda por las acciones de unos pocos con la boca sucia?
La acera de enfrente hizo el trabajo con Acuña Jr.
Los caraquistas quienes pitaron o abuchearon a Acuña cumplieron con el rol asignado al público en el espectáculo deportivo: vitorear al propio, desconcentrar al otro. Es parte de la ventaja de localía. Rechiflar a los antagonistas es una cosa. Otra, bien distinta, es transformarse en brigada de choque o proferir obscenidades. Ahí se cruza la línea que separa al fanatismo del vandalismo.
En cualquier caso, el atleta de alto rendimiento debe aprender a controlar las emociones y a manejar el factor público. Puede ser difícil, pero le toca. En estadios, canchas, pistas o gimnasios a puerta cerrada no entra el dinero con el cual se alimenta el deporte profesional.
El ejemplo de Altuve
Diera la impresión de que Acuña prestó oídos a los ultrajes y por eso celebró tan estrambóticamente un jonrón solitario en el cuarto inning. Si él permite a los espectadores taladrarle la cabeza la pasará mal. Un buen ejemplo en contrario es José Altuve. Lleva años soportando vituperios al poner un pie fuera de Houston. Su respuesta es jugar pelota, dar batazos, ganar juegos y, en silencio, callar bocas. “No hay mejor perreo que ganar”, dijo hace poco un catcher criollo con experiencia en las mayores.
Confiemos en que el anuncio de su retiro de la LVBP, en medio de una final, haya sido un arranque al calor del momento. Quizás, con cabeza fría, medite sobre lo sucedido, se dé cuenta de que faltar a un turno en el noveno inning con el juego 8-5 y un out solo perjudicó a sus Tiburones, quienes llevan 37 años persiguiendo un campeonato. En cambio, recompensó a los vociferantes.
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