El magallanero Paolini: un CD virgen para llenar de buena música

Carlos Valmore Rodríguez
Carlos Valmore Rodríguez
Ricardo Paolini / Twitter
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Los Caracas-Magallanes son el altar mayor desde donde los sumos sacerdotes de ambos equipos se dirigen a su feligresía. En el primer cruce de esta temporada entre los cultos deportivos con más fieles en Venezuela, todos miraron a purpurados como Renato Núñez, Alberth Martínez, Wilfredo Tovar y José Rondón caminar por la nave central del templo Universitario. Pocos repararon en el monaguillo que campaneaba desde la segunda base de los turcos.

Hace un mes, ni sus actuales compañeros sabían quién era Ricardo Paolini hasta que lo vieron agarrando rollings y practicando bateo en la pretemporada. Luis Blasini, gerente deportivo de los Navegantes del Magallanes, lo puso a prueba para verificar si lo que le habían dicho sobre el joven merideño que venía de Italia era cierto. El 22 de octubre, día inaugural en la campaña 2022-2023 de la pelota venezolana, Paolini firmó su primer contrato como pelotero profesional en el continente americano.  

Como cientos de adolescentes venezolanos, Ricardo Paolini fantaseaba con las Grandes Ligas.  A los 15 años de edad bajó de las cumbres andinas a las infernales planicies del sur del Lago de Maracaibo en persecución de una firma que nunca halló un papel. El gochito fue invisible para los scouts, aunque uno le ofreció alternativas para no volver a las montañas con la frente marchita. Ahora todos sus caminos conducían a Roma.

Paolini tardó seis años en caminar desde el Lago de Maracaibo hasta el Lago de Valencia, interconectados a través del río Parma.

“A mí no me conoce mucha gente”, se presenta el bateador zurdo e infielder que este martes 9 de noviembre de 2022 cumple 23 años de nacido. “Tengo seis años jugando en Italia y llevaba mucho tiempo fuera del país”.

La mayoría de los niños que escogen el beisbol como destino llegan a las academias formativas a los doce, once, diez años. Paolini se apareció a los quince. Determinismo geográfico, aplicado al beisbol.

“Desde los cuatro años he practicado este deporte, pero en Mérida, una ciudad con muy poco beisbol y escaso conocimiento de cómo llegar al centro del país, donde están las academias. No teníamos los contactos”, cuenta Paolini desde el dugout del Magallanes en el estadio José Bernardo Pérez de Valencia. “Al principio era una pasión, pero al llegar a la edad en la que buscas una firma necesitas una academia que te prepare. Eso lo supe cuando tenía como 14 años”.     

La escuela más cercana a la ciudad de Mérida quedaba en Caja Seca, estado Zulia, a 164 kilómetros y varios grados centígrados de su hábitat.  

Tan persuadido estaba Paolini de que alguna puerta se abriría que estuvo dispuesto a renunciar a la protección del hogar para ir al Sur del Lago a sudar la gota gorda, sin garantía alguna de alcanzar la meta. Y así llegó al programa de Jesús Barboza.



“Me fui a vivir a Caja Seca por medio de un gran amigo de mis papás, que es de ahí y también me conocía de pequeño”, cuenta Paolini. “Le dijo a mi papá: ‘llévalo, que ahí hay una academia, a ver si lo firman’. Fui con mi familia a conocer a mi agente, él me hizo evaluaciones y después de verme me dijo: ‘te quedas’. Él tiene sus instalaciones en su casa y me adoptó como un hijo más”.

Los padres de Paolini lo dejaron allá con la íntima convicción de que pronto estaría de regreso. “Después de mucho tiempo, ellos me confesaron que pensaban que no iba a durar porque era un estilo de vida totalmente diferente al que yo estaba acostumbrado”, describe. “Era adaptarse al calor del Zulia, a dormir en cuartos compartidos. Es el sacrificio de todo pelotero, pero mis padres no lo vieron de ese modo. Pensaron que a las dos semanas volvería. No fue así”.

Tal vez influyó en la decisión de dejarlo ir a Caja Seca que la madre de Paolini, Milagros Izaguirre, fue nadadora de alto rendimiento. “Con todo el apoyo del mundo, me dejaron ir”, suelta Paolini.  

Un stade italiana

Ningún scout se detuvo en el stand de Ricardo Paolini. “En esta época, habría firmado”, asegura Reinaldo Hidalgo, ojeador de los Cerveceros de Milwaukee que evaluó al merideño. “Pero en 2015, 2016, el sistema de scouteo no estaba tan avanzado como ahora y aunque tenía buenas manos, brazo promedio y un bate llamativo, él era un pelotero pequeño, de 1,72 de estatura, sin poder. Sus condiciones no eran tan llamativas. No llenaba las expectativas, de mis jefes. Los otros scouts de área ni siquiera se lo mostraban a sus superiores. Como él, había muchos en Venezuela, probablemente manejados por agentes más poderosos. Pero el carajito le ponía. Hoy, a lo mejor, hubiera firmado por 150 mil dólares”.  

No todo fue en vano. Haber ido a pasar trabajo a Caja Seca, paraje tan distinto a las cumbres andinas, lo puso en el encuadre de Hidalgo. No para acordar con Milwaukee, pero sí para adentrarse en el ignoto mundo del beisbol en el Viejo Continente.  

“Reinaldo Hidalgo se dio cuenta, por mi apellido, de que tenía pasaporte europeo”, relata Paolini. “Me dijo: ‘si no recibes la oportunidad de firmar quiero que sepas que está la opción de ir a Italia. Piénsalo’. Me tomó por sorpresa porque nunca había escuchado hablar del beisbol en Italia. Eso fue en octubre de 2016. Le pedí tiempo hasta diciembre para ver si conseguía mi firma y le pregunté si, en caso de no lograr el objetivo, su propuesta seguiría sobre la mesa. Me dijo que sí, que yo estaba todavía muy joven para el beisbol europeo”.

“No conseguí nada”, prosigue Paolini. “En enero contacté a Reinaldo Hidalgo. En marzo me estaba mandando todos los papeles y me fui a Italia. Ese iba a ser mi camino para desarrollarme como jugador. Ese iba a ser mi trampolín, mi puente, para volver al beisbol. No sería Dominicana, ni Estados Unidos, sino Italia, donde había un beisbol diferente y una cultura diferente. Pero yo siempre tenía mi objetivo muy presente”.

Reinaldo Hidalgo pensó que valía la pena preservar el bate de Paolini para la pelota profesional. Y la liga italiana podía ser un buen destino. “Jugué tres años en Italia, y fui uno de los primeros agentes en recomendar peloteros allá”, subraya el cazatalentos. “Solía buscar jugadores dejados libres por organizaciones de Grandes Ligas o que pudieran participar como oriundos de allá. Paolini no tenía el pasaporte, pero estaba por sacarlo. Le dije que me avisara en cuanto lo obtuviera, pues creía que podía avanzar hasta un buen nivel en Italia”.

Con 17 años de edad, bachillerato aprobado y sin decir ni pizza en italiano, Paolini tomó un vuelo a Roma. Una vez allá, su bate cantó como Pavarotti. “Fue escalando hasta los equipos más encumbrados y lo metieron en la selección italiana”, aporta Hidalgo.   

Recuerden que Paolini no llegó al Calcio, sino al beisbol italiano. Nadie gana fortunas metiendo líneas en La Bota. Es un semestre de sueldos decentes y otro en blanco. Y la gente tiene que vivir doce meses. “Si luego de esos seis meses quedas parado y, como en mi caso, te quedas viviendo en Europa sin ingresos, es bastante difícil”, concede el camarero.  

“Llevo allá seis años”, dice Paolini. “El primero me tuve quedar en España, en otros dos me pude venir intermitentemente a Venezuela. Ya esta última vez tenía tres años sin venir y en el invierno trabajaba como ayudante de técnico de aires acondicionados en Italia. El presidente del Parma, mi equipo anterior, tenía una empresa de aires acondicionado y calentadores. Cuando llega la temporada de frío todas las personas necesitan calentador, y yo trabajaba ahí”. Nada glamoroso para alguien que todavía piensa en grande dentro del beisbol. Pero hay que pagar las cuentas.

Allá estuviera, enfriando y calentando parmesanos, de no ser por su compatriota, Danny Rondón.  

El toque de Danny

El relevista de los Leones del Caracas también exploró el beisbol italiano y su camino se cruzó con el de Paolini. “Fue mi compañero hace unos años y empezó a hacer las típicas preguntas que hacen todos: ¿Dónde has jugado? ¿Cómo estás aquí en Italia siendo tan joven? Por qué no firmaste”, recuerda el merideño. “Me dijo: ‘tú tienes una gran oportunidad de jugar en Venezuela’. A lo que le respondí: hermano, no conozco a nadie, no sabría cómo llegar hasta allá, por algo estoy aquí’. Eso fue hace 3 años. Fue él quien me puso en contacto con el Magallanes. Un día, me mandó un mensaje: ‘te va a escribir Luis Blasini”.

Rondón, con vena de scout, asegura saber distinguir a un buen bateador cuando lo ve. Por eso se atrevió a recomendar a Ricardo Paolini, con el compromiso que ello implica.  

“El año pasado jugué en Italia con el equipo del Parma, y vi a ese muchachito, al cual le noté mucho talento”, describe Rondón. “Le vi ganas de jugar, ¿sabes? Le pregunté si había firmado y me dijo que nunca le dieron la oportunidad, que le pusieron muchos peros por el físico, por su tamaño. Lo observé dándole buenos batazos a pitchers extranjeros de calidad y defendiendo en la segunda base como un veterano, como alguien que tiene pelota. Me impresionó”.

Rondón se atrevió a darle un riesgoso consejo. “Le dije: ‘tienes oportunidad de jugar en Venezuela. Algún equipo te puede dar la oportunidad’. Me contesta que sería un sueño cumplido, pero que él había perdido el chance de venir el año pasado porque lo llamaron a la selección de Italia y se lesionó una rodilla”.  

Aún terminando tercero en promedio de la liga italiana, con .440 para el Fortitudo, los directivos de equipo en la Liga Venezolana de Beisbol Profesional desconfiaban de Paolini. “Toqué las puertas de tres o cuatro clubes y me contestaron que habían visto sus videos, pero que aquí había mucha gente para la segunda base, que venía el Clásico Mundial y llegarían varias figuras”, asevera Rondón.

Luis Blasini, ejecutivo de un conjunto como el Magallanes que todavía tiene prohibido enrolar a peloteros del sistema MLB, prestó oídos a Rondón. “Tengo mucha confianza con Luis y le hablé de Paolini”, advierte el taponero de los Leones. “Me pidió algunos videos, sus estadísticas. Me insistió: ‘dime la verdad ¿El chamo puede jugar pelota?’ Y mi respuesta fue: ‘Dale la oportunidad porque te puede hacer el trabajo’. Como pitcher puedes reconocer a un buen bateador y diferenciarlo de uno promedio. Él es un bateador que pone mucho la bola en juego. Blasini lo llamó y lo siguiente que supe fue que Paolini iba rumbo a Valencia”.

Para Paolini, llegar al José Bernardo Pérez fue entrar a Disneylandia. Magallanero acérrimo, admirador de Endy Chávez y de José Altuve, con quien se identificaba por la baja estatura, el joven “italiano” vivía una experiencia psicodélica. “El primer día que llegue aquí no tenía idea de cómo era el clubhouse, no tenía idea de nada, todo me sorprendía”, evoca el infielder, “Realmente era una gran emoción entrar a un clubhouse y compartir con grandes peloteros que han sido muy importantes para el beisbol venezolano”.

Al principio, el José Bernardo Pérez solo era para Paolini un parque temático. Nadie le había garantizado un empleo. Si al final no convencía a Blasini, como no sedujo a los scouts de Grandes Ligas ni a otros gerentes de la LVBP, tal vez tendría que regresar a Italia a graduar temperaturas.

“Llegué como invitado a ganarme un puesto”, narra Paolini. “Sabía que no era fácil para una gerencia darle un cupo a un pelotero como yo, a quien nadie conocía. Por eso me dispuse a disfrutar cada momento, porque no sabía cuánto me podía durar”.  

El 22 de octubre de 2022, jornada inaugural de la Liga Venezolana de Beisbol Profesional, Ricardo Paolini, el merideño menospreciado por los equipos de Grandes Ligas, el trabajador a tiempo parcial en un local de aires y calentadores en Parma, el chiquito que bajó de los Andes a buscar su senda, rubricó contrato. Esta vez su firma sí había encontrado un papel.

“Ya me lo habían dicho, pero todavía no había rayado los documentos”, expresa Paolini con el hablar pausado de los andinos. “Fue una semana de conversaciones, ya con mi uniforme en el casillero, hasta que pude subir a la oficina a firmar”.

Ricardo Paolini debutó como profesional en esta parte del mundo el 23 de octubre de 2022 como corredor emergente contra los Tigres de Aragua. El 26 de octubre cayeron sus primeros tres hits en la LVBP. El 29 jugó, como titular, su primer Caracas Magallanes, delante de casi doce mil personas. Dio dos imparables más. “Ha sido la experiencia más bonita que he tenido en mi carrera”, asegura. “No es para nada lo mismo verlo en televisión que vivirlo en el dugout y en el terreno. Gracias a Dios que me dio la oportunidad de estar como titular en el primer Caracas- Magallanes. Fue indescriptible”.

Ese día se encontró con Danny Rondón, su benefactor y adversario circunstancial. “Apenas me vio, me abrazó como un muchacho agradecido”, apunta Rondón. “Me dijo, estoy aquí por ti. Le contesté: estás aquí porque te lo ganaste”.

El pitcher se graduó como titulador de notas con su reflexión final sobre Ricardo Paolini. “Cualquier scout puede llegar y decir que Paolini es un CD virgen que se puede llenar de música; o un pendrive que está vacío y al que vale la pena meterle información. Con esta experiencia que va a tener aquí, y con un manager como Yadier Molina, él va a sacar mucho provecho”.

Paolini tiene contrato en Italia por dos temporadas más, pero sigue con MLB en la mirilla. “Estoy bastante tranquilo, disfrutando cada momento. Mi objetivo sigue siendo Estados Unidos, Major League Baseball. Y esta liga es una gran vitrina para mí”.  

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